Una flor que recuerda la belleza de lo efímero

Escrito por: Roxana Zermeño
Escrito por: Roxana Zermeño

Se dice que Japón tiene muy marcadas y definidas las cuatro estaciones, y una de las más esperadas es la entrada de la primavera. Si bien en diversas regiones del mundo existen festivales o fiestas que indican el inicio de la primavera, en la isla nipona, desde hace siglos, un color tiñe, las calles, los jardines públicos, los bosques y los montes de un rosa pálido y un blanco aperlado. Son los colores de las flores de cerezo, que aparecen en esas fechas dando inicio al ciclo de la agricultura, a la abundancia y a la alegría.

Si bien a lo largo de la historia japonesa, los agricultores, ciudadanos y nobles han observado la floración de los cerezos, en la actualidad, gracias a la tecnología, se monitorea y se predice en qué día se abrirán las flores en las distintas zonas de Japón; es decir, los noticieros por la mañana mencionan los nombres de las regiones, ciudades o poblados donde se podrá admirar cómo en las ramas se abren los capullos, las flores muestran su esplendor y se deshacen de sus hojas dejando que el viento las lleves y las disperse por los lagos, las montañas, los calles, el paisaje rural y urbano.

En japonés, existe una palabra que significa “contemplar las flores”, en particular las de cerezo, es hanami (花見); se trata de una actividad que se realiza en grupo, ya sea con los amigos, en familia o, como ahora se ve frecuentemente, con los compañeros de la empresa (suele enviarse a uno de los empleados a reservar un lugar debajo de los tupidos árboles rosados). Las personas, adultos y niños, llevan comida y bebida, y pueden estar todo el día disfrutando de la compañía de otros, pero sobre todo, observando los cambios en las ramas de los cerezos, cómo poco a poco asoman las bellas flores.

También se dice que esta tradición proviene de las antiguas familias nobles, que alrededor del siglo VIII se sentaban a la vera de los ríos a ver cómo florecían los cerezos silvestres, o los observaban en lo privado de sus jardines. Era una actividad muy refinada, solo para las clases altas. Pero, fue en el periodo Edo, en los siglos XVII a XIX, que se designaron espacios públicos para sembrar cerezos y que la gente, personas comunes, todos, pudieran admirar la belleza de esos árboles. Desde entonces, las personas dedican parte de su tiempo, incluso con permiso en sus empleos, para ir a contemplar en su ciudad o poblado los cerezos, y quienes pueden se trasladan a sitios emblemáticos de todo el país, como el monte Yoshino, en Nara, el Castillo Nakijin, en Okinawa, o el Parque de Ueno, ubicado en Tokio.

Ahora, ¿por qué esta flor es parte de la identidad de los japoneses? Se dice que hay una filosofía hanami, a través de la cual, contemplando las flores de cerezo, se ve la belleza de lo efímero. Y es que las flores aparecen y desaparecen de repente, pueden durar unas horas apenas con su esplendor, cuando de un momento a otro, los pétalos comienzan a desprenderse y caer o volar con el viento. Esto, para los japoneses, es el recordatorio de que todo lo que vive debe morir algún día. Incluso, los samuráis, con su fuerza y valentía, tenían como emblema la flor rosada de los cerezos, porque, decían, ellos morían en plena gloria (con el harakiri) o en batalla, y no marchitándose; como la flor, que no se marchita, sino que muere cuando más belleza muestra. 

Por otro lado, estas flores anuncian la llegada de la primavera como un manto rosa y blanco que recorre a Japón y sus islas, empezando por el sur hasta llegar al último extremo en el norte. Se dice que son quince días de diferencia lo que dura su viaje por todas las regiones. Para los agricultores, la floración es la señal de que pueden sembrar la semilla de arroz, base de la alimentación nipona. Para ellos, el mejor momento de comenzar con el proceso del arroz, es decir, dejar la semilla en la tierra, es diez días después de que los cerezos florecieron. Por eso los agricultores nos invitan a observar la naturaleza, porque ella nos dice lo que hay que hacer.

Desde los últimos días de marzo y hasta los primeros de abril, las fiestas y admiración de las personas caminan por el país, culminando en el festejo en el monte Yoshino, donde los pobladores y turistas se reúnen para contemplar a estos cerezos que no dan fruto, solo producen belleza, la belleza de lo efímero.