La ceremonia del té: el arte de beber en paz

Escrito por: Roxana Zermeño
Escrito por: Roxana Zermeño

Japón es un país de tradiciones, y una de ellas muy atractiva para el turismo que visita la isla: la ceremonia del té. Tomar el té en Oriente es algo distinto de lo que en los países de Occidente se hace: calentar agua, hacer la infusión, dar sorbos a la taza. En Japón, según manuales de té antiguos, los movimientos, los instrumentos y enseres, la sensaciones, todo es importante y delicado.

En 1997, Fernando García Gutiérrez realizó un artículo en el cual describe los elementos que rodean esta ceremonia (“El arte del té en Japón”). Primero, a través del texto, sabemos que esta tradición llegó de China, donde ya acostumbraba sentarse a degustar esa bebida a base de hierbas. Se dice que el té, las hierbas con las que se realiza la bebida y los enseres en los que se hace y sirve  fueron llevadas a la isla nipona entre los siglos VIII y IX, pero era un práctica de pocos, solo los monjes budistas bebían la infusión para ayudar mantenerse despiertos durante las meditaciones y oraciones, que podían extenderse hasta por días. 

Un dato interesante es que los samuráis adoptaron también la práctica del té. Luego de las batallas y situaciones estresantes, los guerreros bebían té para relajar la mente, contemplar y meditar, era un tiempo que les daba bienestar y tranquilidad; era el complemento de su agitada vida. Y ya que muchos de los samuráis pertenecían a la clase alta y gobernante de Japón, la ceremonia del té comenzó a tomar elementos de refinamiento. Se dice que fue Sen-no-Rikyu, un esteta que vivió en el siglo XVI quien estableció y perfeccionó las reglas de cómo llevar a cabo la ceremonia, las cuales se conservan hasta hoy.

Entonces, por un lado tenemos los aspectos espiritual y contemplativo que vienen de los monjes budistas, sumado a la rigidez y disciplina de los modos de los guerreros japoneses; esto dio por resultado el refinamiento y cálculo de los movimientos, donde levantar, bajar, mover el brazo, la mano, la espalda, está contado y determinado en la preparación del té. Se dice que toda la ceremonia implica 37 pasos. Y sin embargo, ese orden y preceptos parecen una coreografía; es decir, hay belleza y naturalidad. En la ceremonia se busca resaltar cuatro elementos: la armonía o paz, el respeto, la pureza o limpieza y la tranquilidad o soledad. En japonés, la fusión de estos cuatro conceptos se expresan en: wakeiseijaku. 

Si bien la práctica de tomar el té puede llevarse a cabo en cualquier casa, la ceremonia propiamente desarrolló toda una estética y filosofía de dónde y cómo tomarlo. En ese sentido, para el lugar o espacio se diseñaron casas de té que tienen características que, junto con la ceremonia, forman un todo de contemplación y belleza. La “Casa de té” (Cha-seki), inserta en jardines majestuosos, incluso en bosques naturales, es una construcción de madera con los espacios y distribución estrictamente necesarios; espacios en los que la sobriedad es el elemento principal. Las casas de té a primera vista parecen cabañas. Los invitados, quienes tomarán el té, deben entrar a través de una puerta baja, pequeña de altura, que obliga al visitante a agacharse; esta posición simboliza el despojo del orgullo y la soberbia: bajar la cabeza ante la sencillez.

Quien prepara el té, quien ha recibido los conocimientos de un maestro o maestra de esta práctica, se dedicará a limpiar los utensilios, cuidar la temperatura del agua, servir los tazones, mezclar el té, volver a limpiar y despedir a los invitados. Todas estas acciones que están, como ya se dijo, cuidadosamente ordenadas en una secuencia de movimientos, implican la atención de quien prepara y de quien beberá, se podrá “oír el silencio”; los sentidos están en paz y atentos a todo lo que sucede, lo que se ve, oye, siente, lo que se huele y lo que se sabe con la lengua y el olfato. Mientras, la casa de té, con su sobriedad, es un intersticio entre la naturaleza que rodea esa sencilla construcción en medio de los árboles, las flores, los ríos, y la intimidad tanto de la ceremonia como de la contemplación de cada persona que participa. Es decir, vemos que no solo se trata de tomar el té, sino que implica la búsqueda de la contemplación, una manera de meditar a través del té.

Podemos entender entonces que las casas del té estuvieran insertadas en el bosque o los jardines, incluso algunas de ellas están escondidas, y solo caminando por veredas cuidadosamente diseñadas, que pueden rodearlas al mismo tiempo que permanecen ocultas, el visitante de repente topará con la casa, de frente. De ahí que los monjes y los samuráis tuvieran estos espacios para limpiarse del mundo, de la sociedad y de la guerra; las casas de té eran un espacio para el reencuentro con la naturaleza y el silencio, la calma y el alivio. Y por ello, esta práctica sigue vigente, para los habitantes de Japón y para los turistas que buscan esta experiencia en su recorrido.